GABRIELA, CLAVO Y CANELA

 

Gabriela

 

Hoy les traigo una lectura muy de verano. Está sazonada de amores, enredos, algún crimen sonado y mucho humor. Le dio forma el escritor brasileño Jorge Amado y fue como la explosión de aviso para lo que vendría unos años después con García Márquez, Vargas Llosa y el tan comentado ‘boom’.

 

Esta obra habitada por tipos extravagantes, mulatas mágicas, salvadores del honor, liberados de la honra… Esta obra es un guiso excitante en el que no falta ningún ingrediente y abundan las especias empezando ya por el título. El aliño principal es Gabriela, mulata mitológica de belleza lánguida que baila cuando camina y canta cuando habla, con la cadencia cálida y soñadora de la bossa nova.

 

Gabriela ha sido cincelada por la mano del Creador para volver majaretas a todos los hombres que se cruzan en su rumboso camino. El turco Nacib consigue camelarla por un tiempo, pero el hombre comete el error de sentir celos. No se pueden sentir celos de un ángel nacido para la celebración sacramental de la belleza. Gabriela es libre, señores y señoras, sin cadena ni pensamiento amargo incrustado en la sien, sin preocupación alguna por serlo. Y eso no lo va a cambiar nadie. ‘And this bird you can not change…’ cantaban Lynyrd Skynyrd, pues lo mismo se puede aplicar a esa mulata linda y soberana.

 

Y este libro no se escribió el mes pasado, sino en 1958. Y habla ya entonces de libertad sensual (y sexual), escape de las correas de la moral burguesa asfixiante… En fin, eso que casi todos queremos pero pocos se atreven a defender y realizar con hechos. Porque llevamos dentro una vieja solterona aburrida que, cuando estamos a punto de lanzarnos al torrente de la vida y atenernos a las consecuencias del chapuzón (o no) nos agarra por el pescuezo diciendo: ‘Hay que ver, con lo guapo (o guapa) que estás siendo decente y formalito’. O a lo mejor usted que me lee con sufrida paciencia, no tiene ese tipo de inhibiciones, y simplemente se deja llevar por la ola.

 

Pero, pacientes lectores, no se me solivianten ni se hagan cruces por mi desvergüenza porque dar curso a la sensualidad no tiene por qué significar ser infiel a nuestra pareja, caer en una promiscuidad furibunda ni nada parecido. La sensualidad empieza por, como su nombre indica, los sentidos, como embriagarse con el aroma de los jazmines y las damas de noche dando un largo paseo junto al mar con una copa de lo que nos guste y acompañados por nuestros más sublimes pensamientos… Y alguien que nos agrade junto al eco de nuestros pasos. No me digan que no es un entretenimiento inocente. El cuerpo es inocente y Gabriela instintivamente lo sabe. El único límite es el daño que podamos hacer a los demás, pero Nacib no puede molestarse porque ella es un pájaro libre.