LAS CIUDADES INVISIBLES, DE ÍTALO CALVINO

 

 

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Hoy es Viernes Santo, y confieso que no sabía qué libro traerles. Incluso en un mundo que tiende a descreer, a ser agnóstico y tal esta fecha es de trascendental importancia. Aunque sólo sea porque para mucha gente resulta sinónimo de vacaciones, relax, disfrute en familia… Pues bien, les digo que no sabía qué libro escoger para mi ligero comentario. ¿Un auto sacramental de Calderón de la Barca? La verdad es que no he leído ningún auto sacramental, de Calderón conozco ‘La vida es sueño’ (de este se hablará otro día), y tengo por costumbre tratar de los libros que he leído, que de todas formas son muy pocos.

 

Como decía un poeta:

 

La desazón que respiro,

no es por lo vivido,

sino por lo no leído”.

 

Bueno, tampoco nos vamos a poner tremendistas. Descartada la obra religiosa, pensé en citar un texto ateo, agnóstico… Algo semejante para ir a la contra del bando, para fijarme en la cara oculta (o la cruz) de la moneda cristiana. Pero no llegué a ver claro ningún título. Finalmente me decidí por una obra sagrada pero no, desde luego, religiosa, espiritual ni nada parecido. Para mí es sagrada porque nace de la fuente siempre pura (a veces perversa y sádica) de la imaginación: ‘Las ciudades invisibles’, de Ítalo Calvino, como han podido ver ya en la cabecera del post (tanto misterio con el libro y lo tienen desde el principio ante los ojos, en fin).

 

Durante una época de mi vida, entre la adolescencia y la primera juventud (ahora tengo 33 años, igual que Altazor al nacer y Cristo al morir) acudí asiduamente a esta colección portentosa de ensueños resplandecientes y pesadillas laberínticas y opresivas. El autor hace un recorrido por ciudades inventadas (‘inventar’ significaba antiguamente ‘encontrar’) que componen un mosaico insospechado, imposible, coherente, incluso corpóreo por muy invisibles que sean esas ciudades. En definitiva, se trata de la ciudad ideal, o país, que todos llevamos dentro: las ‘Islas de los Bienaventurados’, el ‘Jardín de las Hespérides’, ‘Shambala’, ‘San Borondón’, la ‘Jerusalem Celeste’, la isla de ‘Utopía’ de Tomás Moro, la ‘Ciudad del Sol’ de Campanella, ‘Agartha’ de René Guénon… Y podría seguir hasta llenar más renglones pero sólo serviría para cansarles con un repertorio de mundos imposibles. ¿O no tanto?

 

Desde hace muchos años creo que todo lo que se puede pensar, imaginar, soñar, es real. No es una realidad del mismo tipo de la que conocemos a diario pero tiene algún tipo de esencia. Porque un poeta puede tener un sueño (los antiguos no decían “tener un sueño” sino “ver un sueño”) y construir con él un poema, una historia. Los arquitectos imaginan sus construcciones antes de que éstas se conviertan en ladrillo, piedra o cemento. Pero vamos a lo que nos ocupa, les presento una ‘ciudad invisible’ que se torna tangible por el arte de Calvino:

 

 

Desde allá, al cabo de seis días y seis noches, el hombre llega a Zobeida, ciudad blanca, bien expuesta a la luna, con calles que giran sobre sí mismas como un ovillo. De su fundación se cuenta esto: hombres de naciones diversas tuvieron el mismo sueño, vieron una mujer que corría de noche por una ciudad desconocida, la vieron de espaldas, con el pelo largo, y estaba desnuda. Soñaron que la seguían. Al final, tras muchas vueltas, todos la perdieron. Después del sueño buscaron aquella ciudad; no la encontraron pero se encontraron entre sí; decidieron construir una ciudad como en el sueño. En la disposición de las calles cada uno repitió su recorrido; en el punto donde había perdido las huellas de la fugitiva, cada uno ordenó los espacios y los muros de manera distinta que en el sueño, de modo que no pudiera escapársele más.

 

Ésta fue la ciudad de Zobeida donde se establecieron esperando que una noche se repitiese aquella escena. Ninguno de ellos, ni en el sueño ni en la vigilia, vio nunca más a la mujer. Las calles de la ciudad eran las que recorrían todos los días para ir al trabajo, sin ninguna relación ya con la persecución soñada. Que por lo demás hacía tiempo que estaba olvidada.

 

De otros países llegaron hombres que habían tenido un sueño como el de ellos y en la ciudad de Zobeida reconocían algo de las calles del sueño, y cambiaban de lugar galerías y escaleras para que se parecieran más al camino de la mujer seguida y para que en el punto donde había desaparecido no le quedara modo de escapar. Los recién llegados no entendían qué era lo que atraía a esa gente a Zobeida, a esa ciudad fea, a esa trampa”.

 

No quiero ser maligno pero en la simbología psicoanalítica de los sueños (esto lo sé por Joseph Campbell) que un hombre sueñe con una mujer vista de espaldas denota su homosexualidad. Y la ciudad imaginaria en cuestión acaba habitada sólo por hombres… De todas formas no creo que Calvino pretendiera ese significado para su relato, que cada cual lo interprete como quiera pues las ciudades invisibles se prestan a ello. Veamos otra:

 

Al entrar en el territorio que tiene por capital a Eutropia, el viajero no ve una ciudad sino muchas, de igual importancia y no disímiles entre sí, desparramadas en un vasto y ondulado altiplano. Eutropia no es una sino todas esas ciudades al mismo tiempo; una sola está habitada, las otras vacías; y esto ocurre por turno. Diré ahora cómo. El día en que los habitantes de Eutropia se sienten abrumados de cansancio y nadie soporta más su trabajo, sus padres, su casa y su calle, sus deudas, la gente a la que hay que saludar o que te saluda, entonces toda la ciudadanía decide trasladarse a la ciudad vecina que está ahí, esperándolos, vacía y como nueva, donde cada uno tomará otro trabajo, otra mujer, verá otro paisaje al abrir las ventanas, pasará las noches en otros pasatiempos, amistades, maledicencias. Así sus vidas se renuevan de mudanza en mudanza entre ciudades que por su exposición o su declive o sus cursos de agua o sus vientos se presentan cada una con algunas diferencias de las otras. Como sus respectivas sociedades están ordenadas sin grandes diferencias de riqueza o de autoridad, el paso de una función a otra se produce sin grandes sacudidas; la variedad está asegurada por la multiplicidad de las tareas, de modo que en el espacio de una vida es raro que alguien vuelva a un oficio que ya ha sido suyo.

 

 

De este modo la ciudad repite su vida siempre igual, desplazándose hacia arriba y hacia abajo en su tablero de ajedrez vacío. Los habitantes vuelven a recitar las mismas escenas con actores cambiados; repiten las mismas réplicas con acentos combinados de otra manera; abren alternadamente la boca en bostezos iguales. Sola entre todas las ciudades del imperio, Eutropia permanece idéntica a sí misma. Mercurio, dios de los volubles, a quien está consagrada la ciudad, cumplió este ambiguo milagro”.

 

 

El viejo tema de lo uno y lo múltiple… Más de uno y de una soñarán con cambiar de vez en cuando de pareja, trabajo, sobre todo de pareja, como quien se cambia de calcetines. Mal que nos pese a algunos, hay quien se puede permitir ese capricho. Y todos decimos que una vida así no tiene estabilidad y todo eso, pero en secreto envidiamos ese portento de ser continuamente otro. Y encontrarnos continuamente con otros y otras, según el gusto.

 

Pero recuerden, quienes tengan que consolarse de su monotonía, que al final los personajes de este breve relato acaban repitiendo los mismos gestos en los diferentes ambientes en que se mueven y con las diversas personas (en apariencia) con las que se relacionan.