La psicología transpersonal comenzó como una vibrante promesa, pretendiendo responder a la necesidad de tratar ciertos trastornos al tiempo que se abría una escucha para la inquietud espiritual (con creencias o sin ellas) que alienta en cada ser humano. Uno de los precursores fue Abraham Maslow, de quien les sonará su famosa pirámide, que hemos visto un poco por todas partes y que sigue siendo, a mi juicio, muy útil para escanear nuestras inclinaciones y búsquedas personales. Así, muchas veces sucede que lo que aparentaba ser una especie de vocación por lo místico y espiritual se revela más bien como falta de autoestima, necesidad de mejorar las interacciones sociales, o vaya usted a saber qué.
Sin embargo, algo que empezó de tan halagüeña manera terminó siendo pasto de mil y un trapicheos, supercherías y vergonzosos enjuagues de la Nueva Era y sus ocultismos de baratillo. Hasta el punto de que el concepto “psicología transpersonal” está muy desgastado a estas alturas, quizá pidiendo un reseteo… Veremos.
Manuel Almendro es un profesional de la psicoterapia que con más de cuarenta años de experiencia y un rigor siempre intacto se propuso desde hace mucho expurgar esta disciplina de cuanto pudiera tener de embaucador o negligente. Con un pie en el mundo tradicional (ha estudiado durante décadas la medicina tradicional de los llamados “chamanes” en la Sierra Mazateca y en la selva amazónica) y otro en la vanguardia del pensamiento occidental (estudió con Prigogine las estructuras disipativas y otros elementos de la nueva física), siempre se ha caracterizado por un afán incansable por el conocimiento de en qué consiste ser humano; en qué consiste la conciencia.
Antes de adentrarse por los vericuetos de la psicología transpersonal, el libro que nos ocupa realiza un recorrido por la historia de la psicología. Sobre todo, en el siglo XX, paseando por las diversas escuelas y enfoques dominantes: conductismo y cognitivismo, el psicoanálisis, la llamada tercera fuerza o psicología humanista, y finalmente la psicología transpersonal.
Uno de los aspectos más interesantes del libro, y del enfoque adoptado por Almendro, es que no renuncia a ninguna de esas escuelas o puntos de vista, sino que busca una integración de esos métodos. El conductismo, por ejemplo, con sus grandes limitaciones (la renuncia a la famosa “caja negra” de la consciencia, la visión del ser humano como máquina programable) ofrece también grandes ventajas. Es importante la observación de la conducta, pues es lo primero a mano, lo único perjudicial es creerse que ahí acaba todo. También es capital, en el complementario cognitivismo, observar que el modo en que uno piensa determina cómo siente y actúa. Aquí están las bases de la terapia cognitivo-conductual que se maneja a grandes rasgos en la actualidad, y que nunca hay que perder de vista.
Desde ahí el autor se adentra en otras visiones que, repetimos, sin negar esa parte más científica y contrastable, busca explorar regiones a las que esta no llega. Aparte de la apertura emocional gestáltica y de la inmersión en las profundidades del psicoanálisis, se abre un panorama hacia abordajes que rechazará una mente racionalista y materialista, pero que desde una experiencia personal e íntima son reveladores. Hablamos de la bioenergética y ya de las primeras sendas que adentran en el enigmático laberinto de lo transpersonal.
En este tipo de psicologías hay una concepción distinta sobre la enfermedad mental, que se percibe de un modo similar a la enfermedad chamánica. Un proceso de crisis que, si se acompaña con una apertura hacia la sabiduría interna del cuerpo, sin represiones farmacológicas que lo aborten, puede conducir a la sanación y a la transformación. A la conquista de un punto de vista más amplio y funcional de vivir la propia vida, lo cual evidenciaría, incluso, un sentido adaptativo de ese proceso.
Acabamos de tocar un aspecto tan delicado como es el de los fármacos. Sin muchos vericuetos, que dejamos a los especialistas, lo más sensato parece no renunciar a unos recursos útiles, y a veces, quizá imprescindibles, ni tampoco abusar de ellos. Tratando de solucionar con una pastilla lo que requiere, en realidad, un cambio personal profundo. También están los otros fármacos, ilegales en su mayoría, que ofrecen la posibilidad de abrir la psique a dimensiones desconocidas para la rutina psíquica del día a día. Y es inevitable acordarse, por ejemplo, de la LSD. Ya hablamos por aquí de un prometedor estudio con enfermos moribundos tratado por Stanislav Grof en El viaje definitivo. El prohibicionismo en materia de drogas, con su estrechez de miras (y sus desastrosos resultados prácticos, salvo para quienes se forran con él) es un injusto tapón para múltiples investigaciones y terapias de las que podrían beneficiarse millones de seres humanos. Sin embargo, Manuel Almendro no es un gran defensor de este tipo de terapias con sustancias psiquedélicas debido a lo ásperas que pueden ser esas experiencias para determinadas personas. Más bien aboga por un abordaje sin drogas en el cual la respiración, el estado meditativo etc., ponen en el camino de esa entrada en el abismo que somos, pero de una forma más segura para la constitución psíquica de la persona. Es el caso de su propuesta llamada “vibración inducida”, o también de la “respiración holotrópica” de Grof.
Hay más, muchísimo más, en este libro prodigioso de un gran investigador de la consciencia como es Manuel Almendro. Invito a su lectura a quienes tengan una viva inquietud relacionada con la psicología profunda y crean que los avances de la ciencia no tienen por qué oponerse a la sabiduría más ancestral, sino que ambos pueden ir de la mano como expresiones de una misma realidad misteriosa y fascinante.
Lago Ruovesi, de Akseli Gallen-Kallela.