¿QUÉ ES ESA COSA LLAMADA CIENCIA? DE ALAN CHALMERS

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El título promete, y el libro responde con creces a las expectativas. Y responde también, en la medida de lo posible, a la pregunta del título. Esa cosa que llamamos “ciencia” condiciona de forma extraordinaria nuestra vida, no hace falta decirlo. Por eso este libro resulta útil para saber, en cierto modo, qué terreno pisamos, en qué mundo vivimos.

El libro que tenemos entre manos es ameno, prescinde en lo posible de tecnicismos, es verdad. Sin embargo, conviene saber algo sobre él antes de soltar amarras y navegar por sus páginas: es un libro de filosofía de la ciencia. Es decir, aunque se preocupa por explicar en qué consiste el quehacer científico, muchas de sus páginas muestran diversas teorías sobre qué es la ciencia, y no exponen cómo funciona de hecho. Los laboriosos científicos, que invierten interminables horas en sus laboratorios o centros de estudio, quizá no se hayan hecho estas preguntas en su vida:

¿Qué tiene de especial la ciencia, y la distingue de otros saberes?

¿En qué consiste el método científico, que tan espectaculares resultados genera?

Son cuestiones que Alan Chalmers nos presenta en la Introducción como ejes de  esta obra, y que no tarda en abordar. Veamos algunos puntos del viaje.

-“La ciencia se deriva de los hechos”. Aquí tenemos una primera respuesta a qué es esa especie de magia moderna en la que se basa la técnica que hace funcionar los aparatos con los que estamos leyendo estas líneas. De acuerdo, “hechos”. Parece algo muy de sentido común que lo científico tiene que ver con los datos de observación que captamos con los sentidos y sus amplificadores (telescopios, microscopios…). Resulta razonable así dicho pero…

¿Lo que captamos es justo lo que hay? No; ¿Todos vemos lo mismo cuando miramos algo? Vemos el mismo objeto pero no de la misma manera. Lo que para mí es una simple piedra, para su dueño es un tesoro porque se la regaló su abuelo. Pongamos por caso.

Muy pronto empiezan los problemas, lo cual muestra que el mundo en que vivimos, y se afana en explicar la ciencia, es complejo. Y nosotros mismos no somos tan simples como pueden ser a veces nuestras afirmaciones.

Convengamos, de momento, que los hechos observables, a pesar de su problemática naturaleza, son, después de todo, el material de trabajo esencial. De ahí parte la tan conocida (y vilipendiada):

-“Inducción”. Es decir, deducir una teoría de nuestra observación de los hechos. Un ejemplo. Supongamos el caso de un naturalista con tendencia a la prisa. Está en cierto punto de la selva amazónica observando una especie de rana en particular. Después de varias tardes sin perder detalle del comportamiento de este animalillo se da cuenta de que, una tras otra, todas las ranas que ha visto son azules con pintas amarillas. El hombre está agotado por el calor pegajoso de la selva y se le han quitado de golpe las ganas de observar ranas. Por lo que escribe en su cuaderno “los individuos de la especie x son todos azules con pintas amarillas”. O como se escriba esto en un lenguaje propiamente científico.  Pero, hete aquí, que cuando nuestro amigo el naturalista ha terminado de empacar sus cosas para marcharse, ve una rana de la misma especie (como comprobará después apesadumbrado) que es azul con pintas negras. Así que su afirmación “los individuos de la especie x son todos azules con pintas amarillas”, se cae porque partía de una generalización empírica que se ha demostrado falsa. Ya no sirve. Tendrá que seguir algunos días más investigando.

Existe un ejemplo mucho más bonito, sencillo de explicar, y que además es real. Todo estudiante de filosofía que se precie lo ha oído en la facultad (espero que esto no sea una generalización falsa). Hasta el año 1697 todos los cisnes que se conocían eran blancos, así que la gente decía “todos los cisnes son blancos”.

Juvenal dijo: “rara avis in terris nigroque simillima cygno”, para referirse a algo imposible. Lo que viene a ser, “un ave rara en la tierra, y muy parecida a un cisne negro”. En cuanto se encontró el primer cisne de ese color, se acabó la teoría popular elaborada con los hechos observados hasta entonces.

El profesor Popper disfrutaba machacando con esa historia del cisne oscuro a los positivistas, que eran empiristas y partidarios de la inducción.  Y el propio filósofo austríaco es protagonista de la última visión de la ciencia que vamos a comentar, para no aburrirles a ustedes ni abusar de su bendita atención. Es posible que hayan oído hablar del falsacionismo de Popper. Manifiesta que una hipótesis es científica sólo si es falsable, queremos decir, si puede ponerse a prueba.

Alguien puede decir que el agua hierve a 90 grados (en condiciones normales de altitud, etc). Puede echarse agua en un cazo, calentarla y ver qué sucede. Dicho de otro modo, poner a prueba esa afirmación, falsarla. En este caso es errónea, con lo que se rechaza. Y se mantiene que el agua hierve a 100 grados hasta que un experimento (repetimos, en condiciones habituales) diga lo contrario. La afirmación “todos los cisnes son blancos” no era falsable en la Edad Media, por ejemplo. Porque las gentes que sostenían semejante cosa no habían llegado a todos los rincones de la Tierra, incluida Australia (patria de tal animalejo) para poner en aprietos su teoría.

Sin embargo, si yo digo: “en el núcleo de la Tierra vive un enano muy viejecito”, esa hipótesis o sentencia no es falsable porque no tenemos medios para llegar hasta allí abajo. Así que esa frase no es científica. Diría el sensato Popper que la ciencia no se complica la vida y trabaja con magnitudes que puede comprobar. Hasta aquí fenomenal. Le concedemos todas las medallas al falsacionismo. Pero ese cáliz sagrado que a menudo invocan los escépticos para desmontar hechos no científicos (no todo es ciencia en la vida, quizá) tiene también sus goteras.

Por ejemplo. La teoría de la falsación (en su versión sin pulir) dice que las teorías que han sido falsadas han de rechazarse en bloque, del todo. Pero eso no es muy útil ni se hace así, de hecho. Así, la relatividad de Einstein corrige en algunos aspectos las teorías de Newton. Pero la gravitación universal sigue vigente para todos los científicos del mundo y explica una gran cantidad de fenómenos celestes de forma satisfactoria.

Para afrontar este y otros problemas se creó el falsacionismo sofisticado. Y, en fin, los filósofos siempre tienen un modo nuevo de enredar las cosas, o aclararlas, para desentrañar de una vez por todas qué es esa cosa que llaman ciencia. Si, después de este tostón, les han quedado ganas de averiguarlas lean el libro. Les garantizo que Chalmers lo explica todo mejor que yo, y con más gracia.