OBRAS COMPLETAS (Y OTROS CUENTOS), DE AUGUSTO MONTERROSO

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¿Les suena el nombre de Augusto Monterroso? Puede ser que les suene porque es uno de los grandes. Es posible que conozcan también su famoso relato: ‘Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí’. Hace poco vi en Youtube una entrevista de Sánchez Dragó al citado personaje en 1999. Y me cayó tan bien este escritor guatemalteco al que conocía solo de oídas, que decidí acercarme a alguna de sus obras.

Una buena reseña es una cosa muy prolija y fastidiosa de hacer. Y yo no tengo ni la formación ni la paciencia necesarias para emprender la tarea. Por eso mis comentarios de libros son realistas en ese aspecto a la par que subjetivos. Me conformo con punzar, estimular, al lector para que éste se interese en el libro y quiera leerlo. Porque hay reseñas que de tan puro buenas y completas que son le eximen a uno de leerse el libro, o casi. Como ven, igual que todos los pecadores, tengo justificaciones para mis faltas. En cualquier caso, el sencillo pero insondable talante de Monterroso estaría ya enervado con tanta palabrería, así que vamos al libro.

Si nos referimos a la relación entre número de páginas y calidad, pocas veces un libro les dará tanto por tan poco. Es breve pero enjundioso. Y ya desde el título se nos presenta la ironía del autor. Los relatos poseen una refinada malicia que recuerda un poco a Saki. Pero igual les confundo con este aserto porque cada uno es cada cual, con su estilo y maneras. De lo que no cabe duda es de como usa Monterroso el humor con verdadero ingenio y agudeza.

En las narraciones del buen Augusto, toda la rabia de su lucha contra la dictadura sedimenta en ironía. Y no hay arma más potente que la ironía contra los tiranos. En inglés ‘iron’ es hierro y, con sólo añadir una ‘y’ tenemos ‘irony’, ‘ironía’. Esto no es más que un juego de palabras, una ocurrencia, pero a veces las ocurrencias y las tonterías revelan cosas sin querer. Así, la ironía se presenta en los relatos con la apariencia de la ingenuidad, el absurdo imaginativo, y cuando el monigote del poder se confía recibe el fuerte mazazo que lo descabeza. Al estallar ese monigote, esa figura absurda de la tiranía, como una piñata, el mundo se llena de risas y esperanza, al menos por un tiempo.

Esto sucede cuando un dictador muere o es derrocado, pero a veces su símbolo muere antes que ellos. Y entonces el absurdo mandamás tiene que salir huyendo, con las risas de la multitud ante su desnudez de muñeco vacío. Por desgracia, pocas veces sucede algo semejante, quizá más en sueños piadosos y libertarios.

Es posible que las personas que se han aventurado a escribir un cuento encuentren descacharrante e inconmensurable el relato llamado: ‘Leopoldo (sus trabajos)‘. Es una sátira demoledora del perfeccionismo de los escritores (aficionados y profesionales), sus manías, estupideces. Al principio me resultó un poco obsesivo pero luego me vi reflejado, en cierto modo, y me ha hecho reír y preocuparme a partes iguales. Sin duda tengo mucho de la insufrible dispersión mental del cuitado Leopoldo. Al contrario que él, sí me animo a escribir, mal que bien, pero sin duda tengo más proyectos pendientes de relatos, novelas o poesías que textos terminados.

Cuando el maniático protagonista de ese relato pretende escribir sencillo, perpetra frases vulgares y ridículas; cuando ha estado años para documentarse resulta de una pedantería sin gracia que recuerda a los patético-enfáticos discursos de los dictadores. Vaya, que el hombre no encuentra el punto. Y en este retrato deformado por el ácido de la invectiva se trasluce el verdadero afán, enfermizo y saludable a un tiempo, de un escritor por perfeccionarse.

Si se aventuran por esas páginas, breves páginas, mantengan su atención alerta porque hay más de lo que parece en el guiso. Buen provecho.

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