REALITY, Peter Kingsley

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«Las peores ilusiones son aquellas con las que pretendemos escapar de la ilusión».

Fenelón

Cuesta imaginar lo que nos ha dado Peter Kingsley con su trabajo, no hablo ya sólo del libro que hoy nos ocupa, sino también de los demás. Esta extraña sociedad de la información, del siempre cambiante (y engañoso) titular digerirá también sus rompedoras revelaciones (ya lo ha hecho). Un día de estos pondrán su nombre a una calle, le dedicarán seminarios, cursos, charlas, a sus libros… Y todo seguirá como estaba.

Es difícil imaginar lo que nos ha dado, y, sin embargo, no nos ha dado nada en realidad. Eso, la Realidad, de la que nos habla, lo único real que existe, ha estado siempre en el mismo sitio, no se ha movido. Somos nosotros mismos, nuestro ser profundo.

Hace poco, por curiosidad, me puse a buscar en internet opiniones críticas con su obra. Buscaba artículos de especialistas, doctores en filosofía que le atacaran sin piedad, que se mofaran de sus ínfulas místicas. Apenas encontré una crítica más bien ad hominen de un bloguero anglosajón que ataca de forma furibunda su último libro publicado hasta el momento (Catafalque). Y lo hace, sobre todo, por su obsesión anti-junguiana (siendo el psiquiatra suizo el eje de ese libro). Y algunos artículos que se referían con respeto a las obras de Kingsley pero demostraban no haber entendido demasiado al autor. O no haberlo querido entender.

La filosofía académica y oficial apenas muestra el impacto de su órdago. No es para menos. Quien se tome en serio lo que está implicado en Reality, por ejemplo, no puede volver a ver la historia de la filosofía del mismo modo. Su propio trabajo, si es un profesor de esa especialidad, queda en entredicho. Pues tiene que ver, como dice Kingsley, más con la charla sobre el amor a la sabiduría que con el amor a la sabiduría propiamente dicho. Resulta duro, muy duro, si uno es profesor de Filosofía Antigua en una respetable facultad, o docente en un instituto de secundaria (donde dicen las leyes educativas que se deben enseñar los valores de la racionalidad y la crítica) y decir según qué cosas. Llegar un día y contarle a tus alumnos que Parménides, el padre de la lógica occidental, fue un chamán. O que Empédocles, precursor de nuestra infalible y objetiva ciencia, fue un mago. Pero no como Harry Potter, sino de verdad. Y no como esos magos que enredan con cartas y nos hacen caer en la ilusión. Precisamente el citado maestro se dedicaba a despertar a las personas de la ilusión en que se hallaban. Y esa ilusión es nada menos que el mundo en el que vivimos.

Dicho esto, si uno se lo toma en serio, surge la tentación de afirmar que este mundo es falso, pero existe otro mundo superior donde reside la verdad. Es lo que dijo Platón. El ateniense tenía buenos amigos en Italia, en el sur de la península y en la actual Sicilia. Esos amigos eran pitagóricos y, lo mismo que Parménides y Empédocles, místicos que conocían bien ese “otro lado”, y le hablaron de él.

Platón era muy inclinado a discutir, dialogar, elaborar razonamientos con su nuevo juguete: la dialéctica. Ese invento iba a dar guerra: más de dos mil años de filosofía vendrían con él. Como sentía un amor fervoroso por la razón y los argumentos, Platón pensó que de esa forma, con elevados razonamientos, ascendemos al mundo superior,  dejamos atrás las sombras y accedemos al exterior de la caverna. O eso parece desprenderse de sus obras. ¿Será que tampoco sabemos leerlas del modo adecuado?

El cristianismo heredó la idea de los dos mundos de Platón, como luego se encargó de echarles en cara a ambos un tal Nietzsche. Pero eso es otro tema. El caso es que los cristianos, de cualquier forma que miremos el asunto, siempre fueron más sagaces que Platón. Supieron que de ninguna manera accedemos a ese “otro” mundo encadenando razonamientos impecables, salvados por el poder omnímodo de la razón. La fe y las buenas obras del creyente se encargarían de ello.

Lo que ocurre es que entre los cristianos, ya desde el principio y sin negar lo anterior, se supo que había algo más. El mismo Jesús nos dijo que el “Reino” está delante de nuestras narices y no lo vemos, que está ya aquí y ahora. Y eso es lo que han sabido siempre todos los místicos sin excepción, ya fueran cristianos, paganos, judíos, musulmanes, hindúes, aztecas, o de cualquier otra tradición. Que el Reino está ya aquí, es nuestra consciencia profunda. Que no hay dos mundos, ni siete, en realidad hay un sólo mundo con diversas formas de verlo, con diversos niveles de perfección que se entrecruzan en el sin tiempo del aquí y ahora.

Ya que hemos hablado del cristianismo, podría comentar algo. En el limitado inventario que nuestros hombres de ciencia tienen de las facultades humanas para conocer se suelen quedar con lo de siempre: los sentidos y la razón. A los que se puede agregar de mala gana la imaginación (no, por supuesto, la Imaginación de los poetas románticos o los neoplatónicos). Esto para algunos neuropsicólogos es excesivo, pues en realidad no hay más que química cerebral, de manera que la razón, la imaginación y semejantes, se pueden descartar como epifenómenos. Bueno, nosotros para entendernos podemos hablar todavía de los sentidos y la razón. Pero había mencionado al principio del párrafo al cristianismo otra vez, no perdamos el hilo. Para antiguos y respetables filósofos y teólogos cristianos existe otra facultad humana de conocimiento. ¿Otra más? Los pobres neuropsicólogos reduccionistas estarían ya de los nervios leyendo semejante dislate.

Así es. Aquello de lo que hablo apenas es ya una pieza de museo, una curiosidad llena de polvo de siglos, como un códice miniado de la atrasadísima Edad Media. Precisamente de esa época data el concepto del que hablo. Se trata de un aspecto algo problemático pues no todos los que hablaron de él entonces, ni los que lo han mencionado en adelante han sido conscientes del alcance de tal expresión. Muchas veces se lo ha confundido simplemente con la mera racionalidad humana. Estoy hablando de la intuición intelectual pura.

En efecto, con el transcurso de los siglos (las cosas no siempre van en progreso) esa enigmática “intuición” se degradó por las buenas en “intuición racional” (creo que fue Descartes el causante del desaguisado pero no me hagan mucho caso, no es importante quién fuera). Después, cuando  la razón ya no tenía el brillo de antaño, y comenzaba a ser blanco de todos los ataques como los muñecos de lata de la feria, Bergson, o alguien con ideas similares, redujo la ya reducida expresión “intuición racional”, a “intuición” a secas. Queriendo expresar algo así como un conocimiento instintivo, animal, o algo así, no lo tengo muy claro (me pregunto si el propio Bergson lo tenía claro).

Volvamos al original. “Intuición intelectual pura” apuntaba a algo muy distinto a lo que estamos acostumbrados a pensar cuando oímos hablar de “conocimiento”. Porque tiene que ver con un conocer inmediato, instantáneo, infalible. Por contraste con la razón, que es mediada, se desarrolla a lo largo de razonamientos y puede equivocarse. Los escolásticos (o algunos de ellos) solían pensar que tal facultad, la intuición intelectual, era más que nada un postulado. Es decir, si nuestra humana razón capta las ideas de ese modo mediado pues tendrá que haber otra facultad, propia de los ángeles y Dios, que comprenda todas las cosas de forma directa, de golpe. Pero a quienes afirmaban esto no siempre se les ocurrió pensar que esa facultad tan peculiar nos pertenece también a nosotros los humanos (Dios nos creó a su imagen y semejanza por algo). Es más, esa capacidad está con nosotros a cada momento, envolviendo por así decir a las otras (sentidos, razón, etc.). Como dijo un santo sufí, cuando los ojos de la carne y los del pensamiento se cierran, se abre el ojo del corazón. Pues eso.

Peter Kingsley nos habla en su libro de otra expresión que perdió su sentido original con el transcurso del tiempo. Tiene mucho que ver con una técnica de meditación que proponía Empédocles en su poema. Esa expresión se llama “sentido común”. Resulta muy difícil pronunciarla sin que alguien añada con retranca “… el menos común de los sentidos”. Hoy el sentido común viene a ser algo como muy sencillo, muy ramplón, muy llano. Tan sencillo, ramplón y llano que casi nadie acierta a describir con claridad en qué consiste. Se supone que está relacionado con ver las cosas de una forma natural y objetiva, como se tienen que ver. El caso es que luego cada uno las ve a su modo y resulta un sudoku irresoluble cuadrar todas esas visiones en un mismo sentido común.

Tal cosa no sucedía con el original “sentido común”, porque era algo tan específico, claro y preciso que no puede haber duda acerca de en qué consiste. Era, y es, tan sencillo como ser consciente de lo que uno percibe con sus sentidos en un instante determinado. Es decir, si uno está sentado mirando por la ventana, tener una consciencia clara de lo que está viendo, oyendo, oliendo, gustando, y tocando, de cada una de las sensaciones de nuestro cuerpo en ese instante. Es como una percepción superior que es consciente de cada cosa que estamos percibiendo. Un estado de alerta consciente (la mêtis que recorre los escritos de Kingsley). Sin que interfiera ningún pensamiento en el proceso, porque en ese instante desconectamos de ese estado de consciencia.

Seguro que ya no parece tan sencillo. Pero, como cualquier técnica de meditación, lo que hace sencillo o complicado a ese “sentido común” es la frecuencia y constancia con que se practica o se deja de practicar.

La intuición intelectual pura es una puerta, el “sentido común”, una llave posible que la abre. Lo que hay más allá del umbral… ¡Lo tienes, lector, frente a las narices! ¡No hay más misterio! Los únicos misterios que en el mundo han sido se refieren a técnicas, símbolos, procedimientos útiles que se han mantenido en secreto para no ser vulgarizados ni deformados. Pero, en puridad, ni siquiera ese aparataje esotérico es necesario. Para ver lo que se puede ver, no hace falta nada, simplemente ponerse a mirar. Eso sí, la operación requiere coraje, inocencia, tenacidad indesmayable. Porque el inquietante reino al que nos conduce ese especial “ver” es aquel que evitamos con más ahínco pertrechados con móviles, redes sociales, o chácharas sin fin para espantar la soledad… Ese reino, la Realidad, está en las profundidades de nuestra alma.

8 comentarios en “REALITY, Peter Kingsley

  1. Otro nombre que el gran Escolar Henry Corbin Acuñó en su libros seminal Alone with the Alone: Creative Imagination in the Sufism of Ibn ‘Arabi , sobre el gran Mistico Murciano 1165-1240 Ibn Arabi fue el de la Imaginacion Creadora. Sus importantes aportaciones en muchos de los campos de las diferentes ciencias religiosas islámicas le han valido el sobrenombre de Vivificador de la Religión (en árabe Muhyi al-Din) y el Más Grande de los Maestros.
    Ahora muy estuduado por escolares del Misticismo Sufi contemporaneo en Occidente, incluso tienen ahora una sociedad que la puedes encontrar en linea: The Muhyiddin Ibn ‘Arabi Society, claro en Oriente el siempre ha sido bien conocido.

    Lei el libro Reality de peter Kingsley hara cosa de 12 o 14 años. me gusto mucho tu entrada. 🙂

    • Gracias por la riqueza que ofrece su comentario. Soy admirador de los caminantes, sea cual sea su senda, y en especial de los sufís como Ibn Arabi o Mevlana Rumi. Me agrada saber que compartimos también la admiración por Reality, un libro, como toda la obra de Kingsley, muy especial.
      Un saludo.

  2. PLEASE ,INTRODUCE A LA GENTE DE ESTA ,TU PAGINA ,EN EL MUNDO MARAVILOSO

    DE UNOS DE LOS SABIOS eTERNOS DE LA HUMANIDAD: IBN AL ARABI ( andalusì )

    que caminaba entre los dos mundos

    GRACIAS ,ABRAZOS DESDE SEVILLA

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